El mes de noviembre contiene una de las festividades más emblemáticas de nuestro México lindo y querido: el día de muertos. Y con ésta festividad solemos recordar algo que hemos convertido en identidad de los mexicanos: burlarnos de la muerte.
No son ajenas para nosotros frases como: “la muerte me pela los dientes”, “para morir nací”, “si me han de matar mañana, que me maten de una vez” o “al fin que nadie sale vivo de ésta vida”… en ellas reflejamos nuestra relación con la muerte y como en México se le “normaliza”, y en ocasiones se encubre con algo de humor, acaso porque es tan normal como la vida misma.
Pero, un poco más allá de toda la broma de que revestimos a la muerte, se muestra una realidad innegable: la muerte, la propia muerte, está siempre presente en nuestra vida… es una compañera constante y que podemos utilizar a nuestro favor; para vivir de una mejor manera.
Ser conscientes de que nuestra propia muerte es una compañera constante puede beneficiar en mucho la forma en que conducimos nuestra vida. ¿Qué pasa cuando percibimos que ya nos queda poco dinero? ¡Lo cuidamos de manera especial! ¿Cuántos de nosotros vemos con ansia y disfrutamos el último bocado de una comida especialmente sabrosa?¡claro, hay que disfrutarla, pues ya se va a terminar
Solemos ser muy cuidadosos con las cosas que nos agradan y que llegan a su fin… no queremos que se pierdan, no queremos que se desperdicien; queremos disfrutarlas hasta el último momento. Pero es frecuente que olvidemos hacer lo mismo con lo más valioso que tenemos: nuestra propia vida.
Cuando hacemos conciencia de que no es para siempre, nuestra vida comienza a tomar otro matiz, otro significado, otro valor. Y podemos tomar un par de decisiones especialmente sabias al respecto de ella: disfrutarla y asegurarnos de dejar evidencia de nuestro paso por ella.
Disfrutando la vida
Una vida plena, ojo con ello, no tiene nada que ver con hacer todo lo que nos dé la gana o “vivir intensamente” en el sentido en que nos lo muestran diversos medios publicitarios. No.
Vivir una vida plena tiene que ver con tener metas claras, financieras, familiares, sociales, de pareja, laborales, personales… vivir una vida plena tiene que ver con tener la inteligencia y sabiduría de disfrutar con toda profundidad cualquier cosa que nos corresponda hacer. Vivir una vida plena es llenar nuestro trabajo, nuestras relaciones con amigos, familia, pareja, sociedad de significado y alegría.
Debemos ser muy hábiles para evitar que la rutina, el desánimo y la falta de metas nos hagan pasar por la vida sin darnos cuenta de que sólo hay una y tenemos la responsabilidad de ser felices con ella.
Dejar un legado
El otro aspecto que debemos tener presente cuando hacemos conciencia de que “solo estamos de paso”, es tener claro qué es lo que quedará de nosotros cuando partamos. ¿Qué es lo que recordarán de nosotros?¿cómo estaremos en la memoria de quienes dejamos?¿qué quedará en el mundo que evidencíe que un día caminamos por él?
Y ésto no quiere decir que estemos obligados a ser grandes héroes de la nación a quien todo el país recuerde por lo siglos de los siglos… se trata de algo mucho más cotidiano: dejar hijos con valores que contribuyan con la sociedad, dejar un buen recuerdo en la comunidad en que nos movimos, dejar muestra de nuestro trabajo cotidiano por su calidad y excelencia, dejar el recuerdo de alguien con valores. En pocas palabras: que nuestra ausencia se note.
La invitación es sencilla: todo lo que te toca hacer hazlo con un sentido de relevancia, llénalo de significado y disfrútalos.La vida es una y no vuelve: hazla una obra de arte.